martes, 23 de septiembre de 2014

A los “izquierdistas democráticos” no les interesa desmontar el estado burgués

Libardo Sánchez Gómez

La socialdemocracia tutorada por el neoliberalismo ha demostrado durante largas décadas a lo largo y ancho del planeta que es una manera  fallida para otorgar bienestar a la humanidad;  mientras un puñado de individuos acumulan y gozan de todo tipo de privilegios millones de humanos  amanecen y anochecen  con el estómago vacío; es diciente que en el imperio USA, capital mundial del capitalismo, alrededor de ochenta millones de hombres y mujeres ( el doble de los habitantes de Colombia) sobrevivan al “sueño americano” en calles y alcantarillas en medio de la pobreza e indigencia  gracias a un despreciativo asistencialismo.

Es imperioso encontrar un modo de producción que haga posible un mínimo grado de bienestar   para la mayoría de hombres y mujeres. Esto significa, en primer lugar,  que hay que desmontar el statu quo burgués mundial actual sustentado en la fallida socialdemocracia y, en segundo lugar, se debe avanzar hacia el socialismo. Pero desmontar  el estado burgués globalizado es una utopía tan neblinosa como la de lograr un estado igualitario universal; no obstante,   el esfuerzo decidido de hombres y mujeres de todos las naciones podrán hacer realidad uno y otro anhelo;  a quienes han asumido esta tarea se les distingue como idealistas de izquierda. Existe  una gama de izquierdas conformadas por “intelectuales posmodernos, relativistas culturales y nuevos filósofos” (Carlo Frabetti. Conciencia de clase. 2013) Destaca “la izquierda democrática” la cual inscribe en sus filas a los capitalistas keynnesianos, que propician una mayor participación del estado;  una variante de la anterior corresponde a la izquierda  progresista,  dice buscar el socialismo del siglo XXI; no hay que dejar de lado que estas vertientes creen que es posible optimizar la socialdemocracia. Y existe  la izquierda revolucionaria, que busca avanzar hacia el socialismo; ésta   sustenta sus bases conceptuales e ideológicas en el materialismo científico.

Las  transformaciones sociales, que pongan capítulo final a la socialdemocracia y al antropocentrismo y conduzcan  hacia formas más amigables con el hombre y el mismo  medio ambiente, difícilmente se comprenden sin Marx y la dialéctica materialista  como no se entiende la evolución de la vida y los ecosistemas sin Darwin y el papel del ADN. Muchos líderes progresistas y/o formadores de opinión se jactan de no haber leído a Marx; su visión “adialéctica”  les aleja de la realidad y los lleva a creer que la lucha de clases y la combinación de las formas de lucha son asuntos del pasado y que, en todo caso,  los avances sociales se pueden llevar a cabo mediante una simple “transición democrática”.  También, los izquierdistas sin Marx, creen ingenuamente que el capitalismo (hoy neoliberalismo globalizado) puede tener rostro humano y que el “el sueño americano,  europeo o asiático” está a la vuelta de la esquina. De  la misma manera, están convencidos que es factible la alianza entre la oligarquía y los trabajadores;  no perciben, o ignoran intencionalmente,  que el  “descomunal enriquecimiento de unos pocos es la causa directa del empobrecimiento de muchos”. Y   mientras estos “izquierdistas democráticos” niegan el antagonismo de clases los poderosos (1% de la población mundial, dueños de multinacionales, bancos y políticos a sueldo) saquean al resto de la humanidad (99%)  y combinan todas las formas de disputa social  (mediáticas, manipulación mental,  educación, paramilitarismo, etc.) para mantener su dominio universal.  Y escapa a estos izquierdistas que es el modo de producción quien determina cómo será el hábitat que nos rodea e, igualmente, ubica a cada hombre y mujer en un nicho (pobre o rico)  específico dentro de la sociedad. El hombre de hoy está atrapado como mosca, sin posibilidad de escapar, en la  telaraña de superestructuras religiosas, culturales y  jurídicas que ha tejido el capital a nivel global, y no será rezando como   podrá romper los hilos de la dominación   sino luchando como gato patas arriba, combinando  las pocas herramientas de lucha que estén a su alcance.

La  inconsistencia ideológica de los líderes llamados  de izquierda  hace   pensar a la gente del común que derecha e izquierda son lo mismo. Pues aceptan puestos en todos los niveles del gobierno, sirviendo para maquillar el rostro  malvado de la burguesía, como vicepresidentes, ministros, etc.  Muchas  de  las  decisiones  gubernamentales   en los distintos “estados progresistas” corresponden a simples medidas de manejo fiscal y monetario propias de cualquier país capitalista, eso sí, superadas en asistencialismo, conllevando  más “retraso político e ideológico de la inmensa mayoría de los trabajadores”; eso explica,  en palabras de Guillermo Almeyra  (¿Hasta dónde son "progresistas" los gobiernos progresistas?  2014 ) que “Nicolás Maduro, en Venezuela, no logra ni la estabilización económica ni la política y Rafael Correa debe ceder al FMI y enfrentar una oposición de los movimientos indígenas, sindicales y ecologistas mientras la derecha clásica conserva el control de las clases medias de las grandes ciudades y hasta en Uruguay el Frente Amplio podría perder su mayoría”. Se pregunta el mismo Almeyra “¿Serían progresistas porque tienen una política desarrollista, con elementos de estatalismo y distribucionismo, pero que no escapa al neoliberalismo y sirve fundamentalmente a las grandes transnacionales, a costa de los trabajadores?”

Todo indica que  las “izquierdas no revolucionarias” no están interesadas en desmontar el estado burgués, conciben la dinámica social  simplemente  como la modernización del aparato de dominación de la burguesía. Dichas  izquierdas, habiendo sido amaestradas por la burguesía, han desembocado en  el acomodamiento burocrático y electoral. Hay ejemplos desafortunados que ilustran esta situación,  en plena campaña presidencial la dirigente de la Unión Patriótica Aída Abella,  fórmula vicepresidencial de Clara López, quien se supone preside un partido de izquierda revolucionaria  de carácter marxista leninista, manifestó que a Ella le “gusta el capitalismo” y que lo que “hay son malos gobernantes”. ¿Y si la sal se corrompe…? La propia Clara López luego de la primera vuelta se convirtió en ferviente agitadora de la campaña del candidato presidente Juan Manuel Santos. La disculpa de la jefa del POLO DEMOCRÁTICO, partido por esencia socialdemócrata, como de toda la “izquierda desclasada”, era que se trataba de un “sapo que debían tragar”  por “la paz” que se negocia en La Habana, ignorando que la paz “santista” no va más allá del ofrecimiento a los insurgentes de dinero y curules a cambio de frenar su lucha  y entregar las armas. Claro que CLARA, de paso,  aseguró el apoyo de la oligarquía bogotana a su próxima candidatura a la alcaldía de Bogotá. Otro que cosechó frutos con el “sapo de la paz”  fue el progresismo del alcalde Petro, pues luego del declarar su apoyo a la campaña de Juan Manuel cesaron los zarpazos de oso del procurador Ordoñez y el Consejo de Estado enfundó la espada de Damocles, con  la que amenazaba constantemente al  burgomaestre.


 En todo caso, la responsabilidad ineludible de los  hombres con conciencia de clase está en hacer avanzar el  mundo, lo dice Marx: “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diferentes modos, pero de lo que se trata es de transformarlo” (MARX, Tesis sobre Feuerbach) Luego de algo más de medio siglo de exitosa resistencia armada contra el estado burgués, con la que se ha buscado transformar el statu quo burgués basado en la inequidad, pobreza y violencia estatal,  gracias a la masa crítica fermentada  por la “izquierda  sin identidad de clase”, dicha resistencia está por terminar, los guerreros  de la FARC y el ELN están a punto de dejar las armas, para entrar en el juego de la lucha política dentro de las condiciones impuestas por el estado burgués. Parece que la burguesía va a lograr en la “Mesa de sometimiento de La Habana” lo que no pudo en el campo de batalla.


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